La metáfora de montaña, la metáfora del tiempo, metáforas de tristeza, son algunas de los ejemplos de metáforas más conocidas. Algunas de estas metáforas forman parte expresiones o refranes que son utilizadas cotidianamente, mientras que otras pertenecen a la literatura ¿Quieres conocer un ejemplo de metáfora como reto para el coaching? Este artículo de desarrollo humano de Francisco Blanes Monllor, coach Ejecutivo por AECOP, nos presenta dará un buen ejemplo de metáfora como reto.
En ocasiones el coach profesional debe ser la persona en donde se reflejen los contrasentidos, incoherencias y desatinos del cliente, con el objetivo de provocar en el cliente, un “darse cuenta” como medio de encontrar nuevas formas de alcanzar sus metas.
Una de estas formas es la METÁFORA. Veamos un caso.
LA METÁFORA COMO RETO
– Tengo un quiebre, una sensación que me acompaña de un tiempo a esta parte que no me hace estar a gusto conmigo mismo, me decía un reconocido directivo y amigo.
Nada podía hacer presagiar que en este momento de su vida pudiera tener un atisbo de desazón, pero la realidad íntima era esa.
– ¿A qué te refieres con quiebre, con desazón? Le pregunté.
– De un tiempo a esta parte, me comentaba, tengo la extraña sensación de no tener un adecuado control emocional, es como si estuviera en una montaña rusa… unas veces arriba, eufórico… me puedo comer el mundo, sin embargo, en otras ocasiones y sin razón aparente, me encuentro sumido en una profunda inquietud. Como si no tuviera ganas de nada, como sin ganas de hacer cosas.
¡Ya ves! Tu me conoces de hace tiempo, y sabes que yo me he caracterizado por comerme el mundo, por no amilanarme ante nada… y sin embargo ahora, que no soy un “pipiolo”, que tengo camino recorrido, que tengo una posición ganada a base de demostrar… ahora, precisamente ahora, me encuentro con que estoy arriba y abajo en mi quehacer diario.
Esto me preocupa por partida doble, por una parte, con relación al equipo, que sabes que dirijo. Me imagino que esta situación se reflejará en mi relación con ellos y supongo que este desconcierto será percibido por ellos.
Pero, de todas formas, me preocupa más por mí. El no sentirme a gusto, cuando lo tengo todo para estarlo, me hace perder más los nervios, me hace llevar esta situación de una forma más desalentadora.
Lo conocía desde hace mucho tiempo, sabía que era una persona que había tenido claro siempre lo que quería. Que no se había amilanado ante las adversidades, que luchaba por lo que quería. Era un emprendedor nato a la vez que entusiasta, su optimismo le precedía en sus acciones, y encontrarse en la situación actual, entendía que le produjera esa sensación.
Todo lo que él había controlado, todo en lo que él había sustentado su desarrollo personal y profesional, se tambaleaba y eso era perfectamente entendible que le provocara esa sensación desconocida para él. No estaba ni remotamente acostumbrado a manejar estas situaciones.
Dado que estábamos plácidamente tomando café en su casa y que teníamos tiempo por delante, le propuse un juego.
– ¿Quieres que experimentemos? Le pregunté.
Una extraña sensación le recorrió el cuerpo. Le apetecía, ya que era una persona que ante los retos no se arrugaba, pero en su situación actual le produjo un cosquilleo de duda…
Al final se decidió.
– ¡Claro! ¡Vamos allá! Fue su respuesta.
Le propuse que buscara por la casa diferentes utensilios (telas, tijeras, maquillaje, colores… etc.)
Cuando los hubo encontrado, le pedí que pensara en el primer cuento que le viniese a la cabeza… aquel que recordase que le contaba su madre antes de dormir, o simplemente alguno que hubiera leído recientemente.
Estuvo unos minutos absorto, recorriendo con su mirada interna los espacios destinados al recuerdo, hasta que, moviéndose de forma compulsiva soltó un contundente e ilusionado:
– ¡Ya lo tengo! … y además ¡me encanta!
– Bien, perfecto, le contesté. Ahora fíjate en todos los personajes o papeles que intervienen en el cuento, recórrelos, piensa en ellos… ¿Los ves?
– Claro, contestó.
– Bien, pues ahora elige al personaje o papel antagonista del cuento, aquel que se encarga de oponerse a todo lo que el protagonista del cuento hace… no es necesario que sea un personaje físico, puede ser un pensamiento que albergue el protagonista y que se encargue de frenarle, o que simplemente le lance pensamientos limitantes.
Se quedó un tanto desconcertado por el objeto de la búsqueda. Él se había imaginado en el papel de protagonista. Ya había, incluso, interiorizado dicho papel y se disponía a… y de repente le había obligado a buscar una figura, un personaje, una idea en la que él, ni por un momento, habría considerado como digna de fijarse en ella.
Tardó unos minutos en la búsqueda, no era habitual en él, el buscar el “lado oscuro” de las historias… siempre pensaba en términos positivos y de protagonista.
– Bueno, ya lo tengo, me contestó, …me ha costado, pero lo tengo. Sabes el cuento es ese que…
– ¡No me lo cuentes aún!, le interrumpí, más tarde tendremos oportunidad, ahora solo me interesa que esté en tu interior.
– No me fastidies! …pero yo creo…
– Confía en mí, le dije.
Su instinto se contuvo y los años de relación y confianza mutua nos permitió seguir adelante.
– Bien, le seguí diciendo, ahora lo que debes hacer es disfrazarte con el ropaje que crees que tendría dicho personaje, espíritu o idea del cuento que has elegido. Si quieres te ayudo.
Siguiendo sus instrucciones, fui ayudándolo a acicalarse para que cogiera figura en él, el personaje antagonista del cuento.
Fue divertido hacerlo juntos, las risas cuando no carcajadas nos fueron acompañando en esa “construcción” hasta que llegó un momento en el que sintió que el disfraz puesto en él representaba perfectamente a ese personaje que él había elegido.
Se situó delante de un espejo de cuerpo entero y le dije:
– Háblale al espejo en primera persona de quién eres tú, entendiendo como TU al personaje del que vas representado. Cuáles son sus características, sus motivaciones, etc., pero siempre en primera persona.
Se quedó descolocado, no alcanzaba a comprender lo que le decía …no alcanzaba a verlo, a sentirlo. Le costaba horrores que las palabras se ordenaran en su cerebro de forma coherente.
Balbuceaba de forma, a veces, ininteligible…
– ¡Cuéntale!, Le dije.
Empezó a decir. El cuento que he escogido es el del aguador que se ganaba la vida llevando agua del arroyo a la aldea cercana, donde la vendía.
Lo hacía transportando a sus hombros una especie de yugo de madera del que cuelgan de cada extremo, 2 vasijas de barro.
Una de ellas, la que estaba a su derecha, estaba ligeramente resquebrajada, por lo que iba rezumando agua en el camino.
Al llegar a la aldea, nunca estaba tan llena como aquella que estaba intacta, y eso le hacía sentirse mal y culpable con respecto a su dueño, sentía que la confianza que su dueño depositaba en ella, no era recompensada por su actuación.
Entendiendo su tristeza, el aguador le hizo recorrer el camino de vuelta mostrándole que, por el lado del camino que ella recorría todos los días hacia la aldea, se encontraba reluciente de verdor y flores que crecían gracias al agua que ella rezumaba, mientras que la otra parte del sendero permanecía seca e inhóspita.
– No obstante, continuó diciendo, no acabo de verlo claro, como la vasija que pierde…
– ¡Déjate de historias! Le espeté… céntrate en descubrirte como personaje antagonista que eres…
– ¡Que cabronazo eres! Me contestó.
– ¡Si, pero al menos sé quién soy yo!, Pero ¿y tú?, Le contesté en tono jocoso.
Se centró y empezó a describirse como la parte negativa del cuento que era.
– Soy el espíritu del reproche agorero, que te persigue en todos tus actos, el que, en un momento determinado cree que no vale la pena continuar…
Fue diciendo hasta que acabó su alegato.
Palabras como pesimismo, derrota, inutilidad, etc. aparecían constantemente en la descripción de su personaje.
Permaneció en silencio durante unos largos e intensos minutos. Dejé que el tiempo fluyera tranquilamente, vigilé su respiración que se había vuelto agitada. Cuando observé una cierta normalidad le pregunté:
– ¿Qué has visto de ti en esto?
Siguió sumido en el silencio, con la mirada perdida, cabizbajo, como explorando en un interior que, hasta ese momento, había permanecido oculto para él.
Una lágrima recorrió su mejilla…
Al final, después de otros intensos minutos empezó a contar.
– Es como si hubiera sido un flash fotográfico. Una luz que ha iluminado y dejado ver algo que, ni por un atisbo pensaba de mí.
Me he dado cuenta de que, de alguna manera, me cuestiono continuamente lo que estoy haciendo. Pero lo curioso del caso es que me lo cuestiono desde la perspectiva del inconformismo, de la derrota, de la inutilidad, de la melancolía…
En este tipo de cuestionamientos hago que los demás se pierdan, y que yo entre en el terreno de la indecisión, perdiendo, con ello, espontaneidad.
Lo hago porque lo siento, pero al cuestionármelo con tintes negativos, pierdo seguridad y confianza, y con ello el ¡DISFRUTE!
Me acabo de dar cuenta que, mucho de mi optimismo y empuje era como una huida hacia delante, como modo de no querer ver ese pesimismo que hay en mí.
– Lo curioso del cuento que has escogido, le comenté, es que la vasija tiene la percepción de inutilidad y fracaso no por la observación de sí misma, sino por la comparación con la otra vasija. Ese mirar y compararse con los demás, hace que pierda la noción de lo buena que es y del bien que está haciendo.
Tan malo es ver la botella medio vacía (pesimismo) como medio llena (optimista). El secreto está en saber que la botella está llena por la mitad.
Objetivo de la metáfora
La esencia de la metáfora como reto en el Coaching, es proponerte un desafío que te haga tomar conciencia de tu realidad actual, que te haga adquirir un mayor nivel de conciencia de lo que pasa. Este reto tiene que cumplir la condición de ser llevado a cabo con cariño, con respeto y teniendo en cuenta los límites que tu cliente te va poniendo.
Los objetivos del coaching son enfrentarse a los frenos que nos estamos poniendo en este preciso momento de nuestra vida, a base de despertarse a una realidad distinta a la conocida por el cliente, como forma de explorar nuevas formas y visiones, y con ello, alternativas distintas a las que uno habitualmente usa.
Lo cierto es que la metáfora es una forma cariñosa y sutil de desafío eficaz, que te hace ver tu realidad desde otro plano y con ello te invita a crecer y progresar desde tu propio descubrimiento.
Escrito por Josepe Garcia
Creador del programa Vivir del Coaching
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